lunes, 16 de marzo de 2020

Cuarentena.
Día 3.
Anoche, después de escribir el blogg volví a discutir con David. Cuando acabe todo esto retomaremos un montón de cosas. Nos hemos metido en una espiral donde hay de todo, menos nosotros dos. Niño, casa, bar, temas a solucionar.... Todo junto, a la vez y mezclado en una pasta homogénea en la que, sin perspectiva de las cosas, miramos la vida, pero no nos vemos el uno al otro.

Me levanto con Adrián. Serán como las 8.30 cuando me ha despertado con un "Mami... ¿Cuando nos levantamos?".  Su voz y su energía están mucho más despiertas de lo que me gustaría. En otras ocasiones, le tapo con la manta, le abrazo y nos dormimos de nuevo. Esta vez no tiene pinta de que se vaya a dejar convencer... Aún así me regala 10 minutos remolineando en la cama.

Desayunamos con dibujos. Mientras hago unas llamadas. Se levanta aita cuando empezamos con las fichas. He comprado unos cuadernos "Rubio" para que haga cosas en casa. A él le gusta, pero claro, lo que le resulta complicado no lo quiere hacer... se suponía que nos mandarían cosas que hacer desde el cole pero, aparte de una carta donde nos dan unas pautas muy generales, no hemos recibido nada más. Adrián adora el sacapuntas. Cada vez que hace una fila de letras saca punta al lápiz.... No nos va a durar los 15 días....

Me visto y bajo a la calle. Es como ir a otro país. Tengo la misma sensación que cuando viajo a un destino aún desconocido. Es difícil de explicar. Voy rápido hasta la frutería, como por un lugar peligroso y nuevo. Miro a cada lado, a cada persona, los esquivo con el paraguas, mantengo las distancias, miro las tiendas, a los comerciantes. Es agotadora la paranoia. Voy al bar a por huevos y algo más perecedero, leche abierta, quesos... Al llegar me doy cuenta, no tengo llaves. Paso por casa de mis cuñados a por las suyas, no las tienen encima. Da igual. Mañana quedamos y nos repartimos lo que tengamos en los bares...

Entró en el super. Hay una cola larguísima, pero la chica la ventila en un paseo. No hay muchos clientes, y tampoco hay muchos empleados, la baldas están llenas. Da la sensación de que está todo controlado. Pero no. Hay cosas que llaman la atención de manera alarmante. Hay cajeras con mascarillas, no todas. Todas llevan guantes y usan unos spray entre clientes para limpiar la cinta de la caja. Los clientes guardan cola en silencio, manteniendo una distancia que nadie sería capaz de atravesar. Es un metro frío, un metro de miedo, un metro de espera. Hay un vacío que se lo traga todo entre clientes. En la carnicería la cosa cambia. La gente está más apelotonada, pero hay una baliza de plástico, la típica de las escenas de los crímenes de las películas, que indica la distancia a la que tenemos que estar de la pantalla de cristal. Cojo número, pero me siento incómoda con la visión: un montón de carne separada de mi por un cordón policial, y todos los clientes observandolo. Adiós, me voy. 

Hablamos con los amiguitos de Adrián por videollamada. Es el cumple de Hugo. Están todo bien, es raro e incómodo para ellos comunicarse así. Son mucho más físicos, unos notan las energías de los otros con solo verles llegar. Por teléfono no funciona... Aún así Adrián está feliz, les enseñamos a los gatos, ellos sus muñecos y disfraces. 

Me duele el estómago. Estoy comiendo muy mal estos días. El hierro que tomo tal vez me este sentando mal en ayunas... Me tengo que cuidar. También he hecho deporte, hoy los 3 juntos. 

La siesta ha sido más corta y en soledad, ya que Adrián no quiere dormir. 

Después de juegos y de cenar, videollamada a los tíos y la abuela. Me da mucha pena que mi suegra tenga que estar estos 15 días sola. Tal vez deberíamos haberla invitado, pero está más segura sola, David sale con el perro y puede ser un problema para ella si el trajera el virus a casa estando aquí.  La conversación es rara y corta, se resume en algo as:  "¿Que tal?" "Bien". Podríamos colgar. Me empeño en que no sea así. Le voy diciendo a Adrián al oído cosas de las que hablar, cosas para contarles. Me fascina ver a las chicas arregladas. Mi cuñada me dice que hay que verse bien. Tiene razón, encima de estar encerrada, si te ves hecha un trapo... 

Parece que la vida se ha convertido en lo que se hace para rellenar el tiempo. Es como un globo. Se hincha y se deshincha, pero da igual, es lo mismo pero cambiado. Se hincha y se deshincha, y se vuelve a hinchar, un ciclo que no lleva a nada, no se gana nada, no se aprende nada. Sólo pasa. Pero se agradece tranquilidad, y sobre todo, lo que más estoy apreciando es no decir la odiada expresión: "tengo que..." No hay nada que "tenga que...hacer" lo hago porque quiero, porque me nace, porque sé que es lo mejor, pero no por obligación. 

Ojalá mañana no llueva y podamos salir a jugar al balcón. La cuarentena desde el balcón es menos cuarentena.

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