sábado, 14 de marzo de 2020


Cuarentena. 
Día 1

Muchas horas de sueño después de una noche de nervios. Las responsabilidades me rondan la cabeza y asaltan mi mente cuando cierro los ojos; un negocio, empleados, proveedores, después de un mes de vacaciones en enero, cerrar en marzo no ayuda. Vueltas al "podría haber hecho.. ", "debería haber pensado..."  "¿Qué haré con esto o con aquello?"   

Cuando los párpados pesan más que los pensamientos, duermo. Son cerca de las 4 de la mañana.

Una mañana pesada la del día uno. La cabeza es un ancla que me mentine en los pensamiento de la noche anterior. Me pongo al día con mi madre. Su asma y su personalidad, podría llamarla obsesiva, la agobian. Que me cuide, que cuide del pequeño, que cuide de mi marido, que no salga... Ella está preocupada, es grupo de riesgo, su marido sale y entra por trabajo y para que ella no vaya a sitios con gente, puede llevar el virus a casa en cualquier momento. Me cuenta lo que oye en la TV, lo mismo que decían aquí hace 4 días, mantenerse en casa, pero la gente está en terrazas y de viaje, tomándolo todo a chufla... Prometo hablar con ella el domingo.

Me llaman por teléfono, ¡¡Susana y Hugo en la ventana!! Han ido a dar un paseo aprovechando el día de sol, ("qué bien, tal vez debería haber hecho lo mismo, aún dejan salir de casa con libertad, no hay restricciones, sino recomendaciones..." Hugo está encantado de ver a un amigo, y Adrián también. Aunque había salido con el padre a pasear al perro por la mañana, no ha estado con los amigos hace ya días. Los niños necesitan otros niños.
Comemos en la terraza, sol, energía...

Dicen que Pedro Sánchez comparece a las 15 y declara el estado de alarma. Pero sale nadie, se filtran cosas. Tal vez el lunes nos quedemos en casa hasta nuevo aviso. Sentada en el sofá pienso: "comida". Después de las aglomeraciones de estos días y el miedo al desabastecimiento, la incertidumbre ensombrece la soleada tarde. Tengo de todo  aún así miro la nevera, faltan yogures para Adrián, de los que le damos de capricho, tengo 3 patatas y no tengo tomates. Prefiero ir ahora, sábado a las 15 horas, que esperar al lunes y encontrarme con colas o sin comida....

Miro a David. ¿Te imaginas sentir esto todos los días de tu vida? Imaginas vivir en guerra, vivir en Siria?? O simplemente vivir al otro lado del estrecho??
Si. Salo, somos afortunados.

Adrián al galope me saca de ese pensamiento. Lo adoro.

3 supermercados para poder encontrar patatas. Me doy cuenta de una cosa: voy aprendiendo. Ellos también. No pueden reponer lo que tienen en los almacenes porque hemos ido como locos a los supermercados y no pueden atender y reponer a la vez. En uno hago cola en la calle. Ahí han aprendido. Si trabajan bien, mejor servicio, más seguridad. Varias cajas abiertas, pero mucha más gente reponiendo y limpiando.
Me tumbo con Adrián a dormir la siesta. El móvil consigue que mi mente se vuelva a anclar. Nadie confirma, todos opinan, todos dicen, pero nadie sabe.

Es una sensación extraña, desconocida para mi. Incertidumbre. Cuando te gusta tener todo bajo control y hay cosas que no se controlan el corazón se sale del sitio. Miro a Adrián. Ojalá no recuerde estas semanas cuando sea mayor. Pero ojalá yo si y pueda ayudarlo si lo volvemos a necesitar.

Tarde de risas, no hago caso a la comparecencia del presidente. Deben ser como las 20.30 cuando le escucho de refilón. 

Resulta que se declara el estado de alarma. Pienso en Susana y en Hugo. Mañana no va a haber paseo como habíamos pensado. Debería haber ido hoy. Al final siempre me arrepiento de lo que no he hecho.

Cosas que se aprenden, no dejar para mañana lo que puedes hacer hoy, si es en familia, menos aún.

Sigo pensando en los datos económicos. Es sábado. Cómo abrirá la bolsa el lunes? Cuanto tiempo pagaremos está pandemia? Ojalá salga todo bien. Ojalá no enferme nadie más.
Una gripe, decían. Lo que no decían es que nos ponemos todos malos a la vez y pum, el estado del bienestar en peligro

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